martes, 26 de abril de 2016

Panteón de Quijano




Representa el último jardín romántico de entre los múltiples que tuvo la ciudad. En 1855, el Ayuntamiento de Alicante cedió la plazoleta de Santa Teresa para que se construyera un panteón donde acoger los restos de Don Trino González de Quijano. Quijano fue gobernador de Alicante en el siglo XIX, que murió en 1854 víctima de la epidemia de cólera que desoló Alicante. Su comportamiento durante este trágico periodo ayudando a los pobres, ordenando que las tiendas no se cerraran y atendiendo a moribundos motivó el proyecto del Panteón que además fue sufragado por numerosos ciudadanos de la provincia. 



El mausoleo de piedra, construido por Francisco Morell y Gómez, se encuentre en el centro del jardín. Era un conjunto piramidal coronado por un gran obelisco, sobre una base cuadrada. En cada una de las cuatro caras del monumento se sitúan cuatro esculturas que representan alegóricamente las virtudes filantrópicas del fallecido: la fe, el valor, la caridad y la templanza.

En el obelisco encontramos superpuestos en bronce los nombres de algunos municipios importantes de la provincia. La decoración consiste en cenefas, columnas adosadas en los chaflanes, tímpanos semicirculares y palmetas en las esquinas. El conjunto se completa con placas de mármol negro sobre las que se hace referencia al personaje homenajeado. Además encontramos una placa de mármol donde está tallado el perfil del fallecido circundado por una corona de flores. Todo el conjunto está rodeado por una cancela de hierro.




El conjunto del parque sigue modelos académicos y tiene como referente inmediato el Obelisco a los Héroes del 2 de Mayo de Madrid construido por Isidro González Velázquez entre 1822 y1840.

Asimismo, el Panteón de Quijano cuenta con una pequeña cueva, un estanque con ranas de piedra muy al estilo romántico y una pequeña caseta que hasta hace poco era una coqueta biblioteca.

Fotografias: elaboración propia


GRUTA SECRETA EN LA PLAZA DE SANTA TERESA

Figuras 1 y 2: http://www.alicantevivo.org/2010/03/la-gruta-oculta-de-la-plaza-de-santa.html

En el blog nos cuenta una visita a esta gruta romántica del siglo XIX, típica de los jardines desaparecidos de los palacetes de la antigua Huerta de Alicante. De hecho, y ante el desconocimiento de la mayoría de los alicantinos, es la única gruta urbana que se conserva en la ciudad. 

Este tipo de grutas se encontraban en rincones retirados y semiocultos. Eran de aspecto rústico e imitaban el estilo de una cueva. Como se puede apreciar en la foto, encontramos estalactitas, aparentemente falsas. Junto a estas “estalactitas·, observamos dos columnas grandes que parecen estalactitas-columnas. Ahora está cerrada y no se puede entrar, pero es el lugar donde se guardan los utensilios de jardinería.

Si nos fijamos podemos advertir que el techo de la entrada a la gruta está un poco inclinado. Tiene esta forma para que el agua de lluvia de la cubierta se desviara hacia una de las esquinas del techo. Tras ser canalizada, el agua discurre por el interior del muro, pasando por una especie de arenero registrable, yendo a caer en el vaso de la fuente. Poco se sabe de este tema, pero se dice que esto era parte de un sistema que abastecía el jardín de agua.

Entorno a esta gruta ronda una leyenda popular que narra una historia de amor:

“Al abrigo del Panteón de Quijano y de la ignota Gruta Romántica, la leyenda de Manuel y Leonor es tan trágica como bello es el rincón sobre la que se asienta. Cuentan que fueron los musulmanes quienes, aprovechando un cercano manantial subterráneo de “aguas mágicas”, levantaron una plaza que pronto fue la envidia de todo el reino por su hermosa y frondosa vegetación. Tras la expulsión de los moriscos en 1609, el Consejo de Alicante decidió contratar a un prestigioso jardinero llamado Manuel para el cuidado de la Plaza de Santa Teresa. Manuel cercó el entorno con decorativas pilastras de piedra e instaló en el interior del jardín una cueva de piedra que sirviera de almacén y refugio para sus aparejos de labor.

Una mañana, Manuel vió a una hermosa mujer sentaba a la sombra de un eucalipto y se enamoraron locamente. En aquella gruta compartieron sus momentos más románticos. Noches enteras invirtió Manuel en acondicionar el interior de la gruta romántica, pues todo esfuerzo era poco para su amada: instaló estalactitas, candiles con tenue luz e incluso un coqueto surtidor con una cascada de agua. Mas nunca, por mucho que se esforzó en ello, logró que de aquella fuente emanara gota alguna. 

Una mañana de verano, un finohilo de agua fresca brotó de aquella cascada interior. Manuel, sediento, bebió. Fue la primera y última vez que el manantial se mostró benévolo con el enamorado. Pero aquella única ocasión bastó para otorgar a Manuel un don que acabaría convirtiéndose en una terrible maldición: la inmortalidad.

Pasaron los años… y mientras Leonor envejecía, Manuel capeaba el paso de las eras sin mostrar el más mínimo signo de envejecimiento. “Pregúntate, amado mío, si prefieres esperar mi muerte o partir de esta gruta para no volver”. Y allí, mientras caían las hojas de los árboles en derredor, la pareja de enamorados escribió su propia historia.”



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